FUERZA SIN PERMISO: Romper el tabú

En los últimos años, la participación femenina en deportes de fuerza ha crecido visiblemente. A través de las voces de activistas, entrenadoras y deportistas, esta nota explora cómo se ha construido el tabú social que asocia la fuerza física con lo masculino.

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Jessica Ferreira

Durante mucho tiempo, levantar pesas, practicar crossfit o patear un balón en una cancha fueron vistos como disciplinas exclusivas de los hombres. A pesar de los avances en igualdad de género, aún persiste la creencia de que las disciplinas deportivas que implican fuerza, resistencia y competencia física no son “femeninas”. Esta construcción social no solo limita las posibilidades físicas de las mujeres, sino que también restringe su derecho a expresarse y empoderarse a través del deporte.

Las mujeres que deciden entrenar fuerza enfrentan críticas y comentarios que cuestionan su feminidad. En gimnasios, aún es común que les recomienden “no levantar tanto para no verse masculinas”, mientras que en deportes como el fútbol se enfrentan a la invisibilidad contra la liga masculina. “La cultura del músculo ha sido históricamente colonizada por los hombres. Se nos enseñó que la fuerza física no nos pertenece”, afirma Tasha L. Harrison, entrenadora y activista por la salud corporal femenina, en el documental Strong is the New Pretty.

Sin embargo, cada vez más mujeres están desafiando ese estigma, encontrando en el deporte no solo una fuente de salud y bienestar, sino un camino hacia el empoderamiento personal. Disciplinas como el crossfit, el levantamiento olímpico, el boxeo y el fútbol femenino han crecido notablemente en la última década, promoviendo una imagen de fuerza que no se opone a la feminidad, sino que la redefine.

“El problema no es que las mujeres no tengan fuerza, es que durante siglos no se les ha permitido usarla libremente”, declaró la activista y escritora Chimamanda Ngozi Adichie en una charla de la BBC. Esta idea resuena en los testimonios de cientos de mujeres que encuentran en el deporte una forma de apropiarse de su cuerpo y sentirse seguras. En palabras de la futbolista colombiana Isabella Echeverri: “La cancha ha sido un lugar donde me permití existir sin pedir permiso”.

Más allá del rendimiento, el entrenamiento de fuerza para las mujeres ofrece beneficios cruciales: fortalece huesos y músculos, mejora la postura y la salud cardiovascular, reduce los síntomas del síndrome premenstrual y, sobre todo, aporta una sensación de autonomía. También puede ser una herramienta de defensa personal y de prevención de violencia. “Saber que puedo defenderme físicamente ha cambiado la forma en la que camino por el mundo”, cuenta la boxeadora mexicana Yessica Chávez, campeona mundial de peso mosca, en una entrevista para Vice Sports.

A pesar de los avances, el estereotipo aún es un desafío. Muchas campañas publicitarias siguen promoviendo un ideal de “fitness femenino” centrado en lo estético más que en la disciplina o fuerza, idea que ha sido cuestionada por diferentes deportistas “Necesitamos niñas que vean a otras mujeres fuertes, no solo delgadas”, sostiene la activista estadounidense Meg Boggs, autora de “Fitness for Every Body”, quien promueve la diversidad corporal en el deporte.

Cambiar esta narrativa implica transformar la cultura que los rodea, algo que es muy complicado, sin embargo se puede ir logrando de a poco con pequeños actos. Que una mujer entre a un gimnasio y se adueñe del espacio de pesas no debería ser un acto raro, sino cotidiano. Que se hable con naturalidad de mujeres que levantan muchos kilos, corren maratones, practican boxeo o dominan un balón debería ser parte de la nueva perspectiva.

En una sociedad que históricamente ha controlado el cuerpo femenino, ejercer la fuerza es también una declaración de libertad. Porque cuando una mujer se entrena no solo gana masa muscular, gana seguridad, gana presencia, gana poder.

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